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jueves, 26 de diciembre de 2013

El cierre de un año cualquiera de investigación cultural

  Además de los tradicionales buenos propósitos para el año próximo que nos son comunes a todos, los profesores, durante el mes de diciembre, solemos compaginar la búsqueda de nuevos objetivos con la recepción de algunos trabajos publicados. Las editoriales se apresuran a cerrar para su venta volúmenes ya comprometidos con anterioridad, así que, casi siempre, en los días finales del año toca recibir ejemplares de libros impresos y/o separatas de artículos.

  En mi caso concreto, he recibido de forma reciente tres. El primero es mi contribución al XIX Congreso de Historia de la Corona de Aragón, celebrado el pasado año de 2012, que tenía como objetivo conmemorar el 600 aniversario de un acontecimiento fundamental en la historia de España, como fue el Compromiso de Caspe (1412). Un resumen muy básico de aquel suceso es que la monarquía aragonesa se encontraba en pleno período que llamamos Interregno, puesto que en 1410 la muerte de Martín I sin sucesores directos provocó la ausencia de un claro heredero. Así, la asamblea de Caspe fue básicamente que unos compromisarios del reino decidieron elegir al mejor candidato posible para ser rey, que resultó ser un infante castellano, Fernando el de Antequera (llamado así por haber conquistado esta ciudad dos años antes), que fue coronado como Fernando I de Aragón. Pero casi mejor que escuches el relato que el propio monarca hace de aquellos momentos en este simpático vídeo


  Esta llegada de un Trastámara castellano al trono aragonés acabaría posibilitando la unión dinástica de finales del siglo XV, pues Fernando I es abuelo de los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón. Tal vez por este hecho, y quizá también por la brevedad de su reinado (apenas cuatro años, pues murió en 1416), es un rey que suele ser bien tratado por la historiografía. Sin embargo, desde mis años de estudiante he tenido bastantes reticencias hacia su figura: no creo que haya un monarca medieval hispánico con tanta y tan abundante "buena prensa", capaz de minimizar sus errores (cuando no de echarle la culpa a otros o a otras) y exagerar sus aciertos. Mi trabajo (que puedes leer o descargar aquí) en estas actas del congreso (que puedes leer completas o descargar aquí) pretende mostrar algunas de estas acciones propagandísticas favorables a su figura, como por ejemplo su calculada ambigüedad en la política relacionada con judíos y conversos, que muchas veces es solapada por cronistas afines a su causa. El de los conversos es uno de los ámbitos en que más estoy interesado y en el que centro gran parte de mi investigación. Me refiero a los cristianos de origen judío, ellos o sus familias, que causan a veces tanto revuelo en su análisis, como el profesor Ángel Alcalá nos cuenta:


El otro trabajo que ha sido recientemente publicado tiene también que ver con esta presencia conversa en los cancioneros castellanos, y es la continuación de otro que publiqué en el año 2011 en La Corónica. En realidad, el nuevo (que puedes leer aquí), espléndidamente editado, como siempre, por la editorial Iberoamericana-Vervuert, es la primera parte del publicado en 2011 (que puedes leer aquí), y se dedica a cubrir la presencia de conversos en los cancioneros de la primera mitad del siglo XV. Hubiera sido lógico publicarlos al contrario, pero en realidad están escritos en el mismo año y son complementarios. Ahora ya por fin se pueden leer correlativamente. Quedaría por realizar un tercero, sobre esta presencia en la colección poética medieval más importante de todas, el Cancionero general de Hernando del Castillo (1511), un objetivo para el cual ahora mismo estoy recopilando datos y tratando de encontrar el hilo conductor.

  El tercer artículo es el que más curioso puede resultar al lector actual, puesto que cumple de forma extraordinaria con una de las máximas con las que nació este blog: observar cómo el  pasado histórico y el presente cotidiano no están tan lejos el uno del otro como a priori podría parecer. El trabajo (que puedes leer aquí) está publicado en París por Indigo, dentro de la colección de monográficos sobre conversos dirigidos por Rica Amrán, de la Université de Picardie. Es la edición de un documento escrito por un curioso personaje: Francisco Hernández Coronel, uno de los más importantes financieros y agentes económicos del reino de Castilla entre finales del siglo XV y principios del siglo XVI. En una de las jornadas de trabajo en el Archivo General de Simancas, encontré el memorial que este financiero y poeta converso dirigió a Fernando el Católico con el objetivo de denunciar la dificilísima situación sufrida por su familia, antaño poblada de poderosos banqueros y financieros.



  La verdad es que el documento no tiene desperdicio, pues denuncia algunos malos hábitos en la economía, principalmente el intervencionismo de los Reyes Católicos, que habitualmente siempre salen bien parados, y en este documento no lo parecen. Lo peor de todo es comprobar cómo algunas pautas relacionadas con la economía del siglo XV son fácilmente reconocibles por todos en nuestra realidad actual de caos, descontrol y escasa gobernabilidad económica: en la narración de Hernández Coronel sobresale ausencia de control del gasto público, e incluso el lamento por la imposibilidad de asumir responsabilidades (algo muy clásico en nuestra economía actual). Cuando el texto llega a la autoridades, se dice que hace mucho tiempo que pasaron estas cosas y no se pueden contrastar los datos (el famoso "ha prescrito" de nuestros delitos económicos actuales). Con todo, la noticia más importante, en mi opinión, es que de los testimonios finales de este memorial se deriva una noticia que, hasta donde sé, permanecía inédita: que los dos principales financieros conversos de la época, Hernán Núñez Coronel (padre de Francisco) y Luis de Alcalá, acabaron dando con sus huesos en el alcázar de Madrid, convertido a la sazón en cárcel, por estos delitos económicos. Un escándalo, sin duda, de grandes dimensiones, puesto que ambos se habían convertido al cristianismo bajo el directo patrocinio de Isabel y Fernando, y su caída en desgracia debió de ser sonadísima y muy difícil de aceptar para la monarquía. La verdad es que el panorama que se vislumbra es sombrío, y es algo que pensé inmediatamente después de finalizar de transcribir el documento: quinientos años más tarde, el estado hispánico sigue siendo tan débil como lo era entonces para depurar responsabilidades en lo relacionado con delitos económicos. Todos deberíamos preguntarnos el porqué de esto, por qué motivo somos incapaces de exigir que nuestros políticos legislen y juzguen con mano firme aquellos casos en que el dinero de todos es malgastado y sirve para enriquecer arcas privadas. Una variable tristemente lineal en nuestro devenir histórico. Es algo sobre lo que trataré de reflexionar más a fondo en el futuro.

  Para acabar, estos tres artículos publicados en los postreros días del año tienen otra característica esencial: son los últimos en los que figura mi antigua filiación universitaria. Pero de estas novedades hablaré más adelante. Que paséis unas felices fiestas navideñas, caros lectores, y mis mejores deseos para vosotros en el ya inminente 2014.

martes, 12 de noviembre de 2013

Arzobispos medievales, arzobispos modernos e ignorancia cronofóbica

  Durante estos días una noticia se ha convertido en el centro de las iras en Twitter y en otras redes sociales, al margen de otros medios de comunicación tradicionales. Como tal vez sepas, el arzobispado de Granada, a través de la editorial Nuevo Inicio, ha fomentado la publicación de un libro, escrito por Constanza Miriano y destinado a aconsejar a las mujeres católicas acerca de cómo enfocar su vida amorosa dentro de la institución matrimonial. El opúsculo, que ha sido una de las sorpresas editoriales en Italia, tiene el, a mi juicio desafortunado, título de Cásate y sé sumisa. En principio, lo que me parece vituperable no es tanto el mensaje en sí del título (los católicos, a quienes va destinado el libro, hagan lo que quieran, casarse o no, de forma sumisa, insumisa, o la que más les plazca), sino porque es descaradamente evidente que se trata de algo buscado a conciencia para provocar polémica y recoger los frutos de la publicidad gratuita en forma de ejemplares vendidos.


   Como es frecuente en la sociedad europea en general, y en la española en particular, en las que jamás se afronta la raíz de problema, sino que todo se limita a buscar un cabeza de turco para ponerlo a parir con el único objetivo de aliviar el malestar transitorio, se ha escogido en esta ocasión al arzobispo de Granada, Francisco Javier Martínez, como el monigote al que apalear, en tanto que, al ser presidente de la editorial que publica la obra, se le atribuye la responsabilidad de su edición. Que conste que no lo defiendo en absoluto. Primero, porque con todo el respeto del mundo para los católicos practicantes, nadie pone en duda su libertad para publicar lo que deseen siempre que se lo paguen de su propio bolsillo, no del dinero de todos, que es el que recibe esta editorial a través de subvenciones públicas. Y además, ya en en el caso concreto del susodicho, porque, con independencia de que me parezca que no soluciona ningún problema el apalaearlo públicamente, no voy a conceder ni siquiera el beneficio de la duda a quien ha basado su carrera en el más absoluto desprecio a los que no piensan como él. Este prelado, ejemplo supremo del hablistán hispánico, es muy conocido (y muy premiado) en los últimos tiempos por su onírica verborrea absurda, capaz de echar pestes por igual contra desempleados y funcionarios que decirle a una enferma de cáncer que no se preocupe por morirse porque en el otro mundo no se pagan impuestos, pasando por comparar al aborto con los genocidios nazi y estalinista, o, para rematar, decir que una mujer que aborta da implícitamente permiso a los varones para que abusen de su cuerpo . En fin, que de donde no hay, no se puede sacar, como se ve.

  Al margen de esto, lo que vengo a comentar es algo que sucede con mucha frecuencia en críticas a este tipo de actitudes, un fenómeno al que yo he bautizado como ignorancia cronofóbica: para criticar al arzobispillo de marras o al libro publicado, se ha recurrido de forma sistemática al adjetivo "medieval" para tildar el suceso de negativo, equiparando de esta forma Edad Media con época de oscurantismo y de intolerancia. Esto sucede con bastante frecuencia en las redes sociales, como se puede ver, entre otros, en estos ejemplos que he seleccionado (que no lo tomen como nada personal sus autores, solo reproduzco sus palabras como muestra de lo que pretendo explicar):


  En el caso concreto de la noticia del libro sufragado por el obispillo de marras, hay quien lo ha acusado de no tener en mente otra cosa que regresar a la época de los Reyes Católicos:


 Da la impresión de que la gente que ve la serie Isabel desconecta de ella cuando se acaba, puesto que en estos días una comparación como esa debería de ser rotundamente rechazada por errónea. El primer arzobispo de Granada, nombrado por los Reyes Católicos tras su conquista, fue nada más y nada menos que fray Hernando de Talavera, prototipo de hombre sabio, respetuoso con otras ideas y, desde luego, tolerante, muchísimo más que el actual ocupante de su antigua prelacía granadina, más famoso por sus bocachancladas que por acciones que guarden remota relación con las de un buen practicante de la fe que se supone defiende. Todo lo contrario fue Fray Hernando de Talavera: tras la incorporación de Granada a la corona de Castilla, su labor al frente de la recién creada sede fue vital para que las minorías religiosas tuvieran un período de transición aceptable, pues sus años como arzobispo estuvieron marcados por su carácter animoso, su deseo de integración y, sobre todo, su sabiduría en temas espirituales. Siempre tuvo, además, la presión añadida de ser él mismo descendiente de conversos, que fue a la postre la culpable de que sus enemigos (y no los Reyes Católicos), acabaran por defenestrarlo, denunciarlo a la Inquisición y apartarlo de cualquier puesto de responsabilidad. Obviamente, los miembros de la minoría musulmana, que vivieron con él una época de respeto a sus costumbres, no tardaron en sublevarse en cuanto alguien más parecido al actual arzobispo se hizo con la prelacía. Aquí tenemos el origen de uno de los problemas políticos y sociales más acusados de la España a caballo entre la Edad Media y la Edad Moderna: el de los moriscos.

  Si quieres conocer a fondo su talla intelectual, te recomiendo que consultes algunos trabajos sobre sus obras literarias, o incluso, si te atreves con algo más completo, es mejor que leas alguno de los estudios biográficos del prelado, como los efectuados por Isabella Ianuzzi o por Martin Biersack, estudio este último que..... ¡vaya sorpresa!, fue prologado por el mismo parabolano que ejerce ahora idéntico oficio eclesiástico granadino que el de fray Hernando. Más le valdría haber aprendido algo de él que no deshonrar su memoria de forma constante.

  Ignoro cómo estará siendo tratada su figura en la serie Isabel, porque no estoy siguiendo los capítulos de esta segunda temporada: me los ponen a la misma hora que mi pachanga baloncestística, y eso es sagrado. Sí me ha sorprendido gratamente saber que mi colega y antiguo compañero de estudios medievales, Óscar Villarroel, ahora profesor de la Universidad Complutense, es asesor de la serie; pero como al final de este pequeño vídeoclip él mismo expresa sus dudas sobre lo que se verá al respecto del prelado, me temo que no le deben de estar haciendo mucho caso. Y es una lástima, porque su síntesis de fray Hernando es bastante adecuada:


  Creo que la escena que se ve en el vídeo la han entendido mal. Si tienes paciencia y, entre las faltas de ortografía y las erratas (frecuentes en la web de la serie), logras leer cómo describen el encuentro entre reina y confesor, parece como si Isabel se mostrara indignada por el hecho de que fray Hernando la obligase a que se arrollidara (tal como recogen en la serie). Al margen de la veracidad o no de la anécdota (la fuente de donde la extraen, la Historia de la orden jerónima del padre Sigüenza, es más una novela histórica que otra cosa), en realidad allí es detallada de otra forma: Isabel comprendió que la honradez y rectitud del fraile jerónimo eran lo que más convenía para su oficio. En la página web de la serie le ponen unos signos de interogación a la frase, y asunto arreglado: para que luego digan que los signos no son importantes. Resumiendo: aun otorgando veracidad al relato del Padre Sigüenza, la Reina Católica no se preguntó "¿Es este el confesor que necesito?", como indica la página web de la serie y tal como actúa la ofendidísima reina de la escena reproducida; antes al contrario, Isabel I afirmó: "Es este el confesor que necesito". En mi opinión, se trata de un error funesto, aunque no me extraña, pues va en la línea de los guionistas de la serie, más dados a recrear una caracterización de Isabel la Católica mucho más cercana a la de una choni celosona y bipolar, muy poco distinguida y educada. La reina resultante es mucho menos monárquica y más princesa del pueblo y punto, ¿me entiendes?, escasamente parecida a lo que debió de ser una verdadera gobernante con espiritualidad cristiana de su época.

  Una época que, desde luego, al menos durante el episcopado de fray Hernando de Talavera, fue bastante más tolerante que la del arzobispo de Granada actual, lo que a su vez nos lleva a plantearnos la conveniencia de esta xenofobia cronológica, o ignorancia cronofóbica, que es bastante discutible. Equiparar lo "medieval" con lo "atrasado", lo "intolerante", o lo "negativo" es una construcción vacía de contenido y con falsos referentes las más de las veces. Siempre recordaré al respecto una anécdota que se contaba en mis años de estudiante sobre uno de nuestros maestros medievales más queridos: Emilio Mitre Fernández. En una ocasión en la que la decana de la facultad, a la sazón profesora de Historia Contemporánea, había tenido ciertos problemillas con el Rectorado, durante una Junta de Facultad se atrevió a denunciar el hostigamiento del equipo rectoral a su persona con la etiqueta de "métodos medievales". Rápidamente, el maestro Mitre tomó la palabra para mostrar todo su apoyo a la decana, pero, eso sí, exigiendo que rectificase el adjetivo "medieval" aplicado a los métodos usados contra ella, salvo que los campos de concentración, las cámaras de gas, los bombardeos sobre población civil, las bombas atómicas y los misiles nucleares le parecieran, como métodos contemporáneos, más humanos y adecuados que los medievales.

  No me negaréis que no estuvo sembrado don Emilio en aquella ocasión :-D

jueves, 17 de octubre de 2013

Música en las series históricas: ¿adorno de rigor prescindible?

  El gran historiador holandés Johan Huizinga, en su maravillosa obra El otoño de la Edad Media (te recomiendo que la leas ipso facto si es que todavía no lo has hecho), no solo nos ofreció una magistral interpretación del crepúsculo del medievo y de todas sus contradicciones, sino algunas lecciones igualmente valiosas aunque más sutiles y breves. Al margen de recomendarte este artículo de María Cristina Ríos Espinosa para que valores los logros de Huizinga, en mi caso siempre recordaré lo mucho que una de sus reflexiones ha influido en mi propia manera de investigar:

Un historiador venidero que estudiase la sociedad actual fijándose en el desarrollo de los Bancos y del comercio, en los conflictos políticos y militares, podría decir al final de sus estudios: "he encontrado poca música; notoriamente, ha tenido en esta época la música escasa significación para la cultura". Así sucede, hasta cierto punto, a los que escriben la historia de la Edad Media a base de los documentos políticos y económicos (ed. Madrid, Alianza, 1974, p. 133).
  Además de descubrirnos la razón por la cual "la historia de la cultura debe interesarse tanto por los sueños de belleza y por la ilusión de una vida noble como por las cifras de población y tributación", el maestro Huizinga nos indicaba de forma implícita la minusvaloración que aspectos como la música habían tenido en nuestro conocimiento del pasado.

  Hoy nadie dudaría de la importancia de la música en nuestra sociedad, hasta el punto de que cualquier repaso a la historia del siglo XX no sería completa sin incluir en él a los Beatles o a Elvis Presley, por poner solo dos ejemplos universales con los que todos concordamos. Otro caso concreto que ejemplifica esta relativa importancia de la música, muchas veces solapada, tiene que ver con el acontecimiento fundamental del final de la Edad Contemporánea: la caída del muro de Berlín y la desintegración del bloque socialista. Por mucho que en los libros se estudie la perestroika y la glasnost de Mijail Gorbachov como factores desencadenantes del proceso, hace poco una encuesta (que no he conseguido encontrar en Internet) reveló que la mayoría de ciudadanos rusos calificaría como la más palpable muestra del fin del socialismo soviético nada más y nada menos que al concierto de Metallica de 1991 en Moscú.

  ¿Qué pasa entonces con la música en las series históricas? ¿Se le otorga un lugar preponderante o marginal? Aunque no hay duda del esfuerzo que supone documentar la música de una época concreta, lo tristemente cierto es que los patinazos suelen ser bastante habituales y demuestran la poca preparación en esta materia, la historia de la música, de quienes se encargan de esta faceta, lo que nos lleva a pensar que tiene escasa consideración. En líneas generales, se presta una mínima atención a la música, sobre todo cuando es muy antigua o cuando no tiene autor conocido, dos de las variables frecuentes que suceden en la época medieval y renacentista.

  La serie The Tudors fue muy aclamada precisamente porque, en principio, contaba con una puesta en escena impecable desde la perspectiva histórica. Sin embargo, se cometió en ella algún que otro error de bulto, lo que provocó que algunos historiadores británicos, como el irascible David Starkey, aquí con su pose de terrible crítico, la calificaran como "visión para paletos del reinado de Enrique VIII". Si estás más interesado en este asunto, y como seguro que tu inglés es de bastante mejor nivel que el Anabotellesco 1, te recomiendo que eches un vistazo a este artículo del Daily Telegraph.

  A pesar de tales discrepancias, y siempre en mi humilde opinión, el capítulo 9 de la primera temporada se abría con una logradísima escena:


  La factura técnica es impecable: el crepitar de las llamas en la chimenea y la luz de las velas crean un transfondo de intimidad, que contrasta visualmente con los tonos dorados y oscuros del primer plano; además, la toma se realiza con travelling giratorio para ahondar más en esta sensación de intimidad de un músico que compone una melodía y anota la música. Me parece una escena magnífica.

  Vayamos ahora a por el detalle musical. Estoy seguro de que por poco oído que tengas y por poco que sepas de música de los siglos XV y XVI, has sabido reconocer la melodía de una de las más famosas canciones de aquella época: Greensleeves, que puedes escuchar y leer la letra aquí, en versión del grupo de música celta Tuataha de Danan, o bien aquí en una versión instrumental que me gusta mucho, a cargo del magnífico grupo gallego de música folk Milladoiro.

  Gustos musicales al margen, lo realmente destacable es que existe una tradición británica que hace recaer la autoría de Greensleeves en el propio Enrique VIII. Así, según esta tradición, el propio rey habría compuesto tal canción para demostrarle su mayor afecto a la dama que más tarde se convertiría en su segunda esposa, la reina Ana Bolena. Aunque hay partidarios y detractores de esta tradición, con dudas más que razonables, me parece, sin embargo, un acierto tremendo incluir en la serie de televisión el supuesto momento en que el rey, preso de amor, escribe las notas musicales de la canción que compone para seducir a su dama. Desde una perspectiva estrictamente historiográfica, no hay nada de malo en arriesgar cuando hay datos que sostienen una evidencia, aunque haya también datos que sostengan la contraria.

  El problema está en que el despropósito apenas tiene que esperar unos minutos. Algunas escenas más adelante se nos muestra a toda la corte bailando esa misma canción, como si ya se hubiera convertido en famosa de forma inmediata. Al mismo tiempo, el rey va caminando entre los cortesanos danzantes como si nada, no presta la más mínima atención a la música ni nadie a él, cuando el hecho de que se tocase una canción compuesta por el monarca debería de haber sido uno de los eventos de mayor celebración de esa misma corte.

 

  Los guionistas podrían haber sacado muchísimo más partido al tópico virgiliano de omnia vincit Amor de haber diseñado una escena que, por ejemplo, representase al rey entregando la canción previamente escrita a todos los músicos de la corte, para que estos la tocasen en una celebración de reconocimiento. Pero, de nuevo en mi opinión, esta última escena es el anticlímax de la anterior, pues desbarata el acierto de la presentación de Enrique VIII como músico y, de nuevo, revela todas las carencias respecto a la música medieval que se cometen en estos modernos folletines de tema histórico.

  En la serie Águila Roja tenemos otro ejemplo de lo que, en mi opinión, es un desastre en la presentación de la música que supuestamente se debería de escuchar en la época en la que está ambientada la serie. Que conste que no critico la serie en sí. Aunque al principio me entretenía bastante y usé algunos capítulos y algunas imágenes para mis clases, hace ya tiempo que dejé de seguirla, hastiado y aburrido de las chorrocientas mil tramas amorosas que no añaden nada al argumento y que solo empobrecen una historia que cada vez es más romcabolesca y menos basada en la época. Sin embargo, como es una ficción histórica, es decir, como no pretenden ser fieles a los sucesos que narran sino solo ambientarlos, allá ellos con lo que quieran hacer mientras que el público se divierta.

  Eso sí: una de las cosas que más me indignaron fue esta intervención musical del personaje de Margarita, creo que en la primera temporada, porque además, salvo que me falle la memoria, era la primera vez que aparecía una imagen tan cotidiana en la época y tan fundamental para la transmisión de la lírica como la de una mujer entonando una canción mientras se dedica a labores domésticas, tema éste que podría haber sido muchísimo más aprovechado.


  Al igual que antes, estoy seguro de que por poco que sepas de música folk has reconocido de inmediato otra melodía muy famosa: Scarborough Fair, que puedes escuchar aquí (con subtítulos en castellano) a través de la maravillosa voz de Sara Brightman. Es posible incluso que, si conoces algo de la música pop de los años 60, te haya venido a la cabeza la magnífica versión popularizada por Simon & Garfunkel, la misma que mi padre, gran admirador del dúo musical neoyorquino, solía poner a veces en casa cuando yo era pequeño.


  En este caso no entro en si la adaptación es adecuada o no; aparentemente suena bonita y agradable. Pero me parece una barrabasada absoluta el meterla con calzador en una serie que recrea el Siglo de Oro español: si fue una época dorada, entre otras cosas, lo fue porque la lírica española se recitaba, cantaba, interpretaba y escuchaba por todas las tierras conocidas. Fue la época en que el español era el idioma universal de la música, como lo es todavía el inglés para el rock y también lo es el Spanglish para todo tipo actual de estilos derivados de ritmos caribeños y afroamericanos. Cualquiera puede encontrar centenares de canciones con voz de mujer que se podían haber escogido en su lugar. Si te interesa más el tema, podrás encontrar unas pocas composiciones de ese tipo en este artículo de Virginie Dumanoir.

  En definitiva, la adaptación de la bella Scarborough Fair me parece una soberana traición al espíritu de la época en que se pretende ambientar la trama. Pero como solo es música, a nadie parece importarle demasiado. ¿Qué opinas tú?

domingo, 6 de octubre de 2013

Escribir una reseña: en camisas (bíblicas) de once varas

  Todavía se siguen haciendo reseñas críticas de libros en casi todas las revistas académicas, a pesar de que sea una actividad que siempre anda bajo sospecha. Por culpa de esto, a pesar de que todavía se sigue valorando que una publicación tenga una buena reseña, los autores de muy buenos libros académicos se las ven y se las desean para encontrar a alguien que reseñe sus monografías. ¿El motivo? Muy sencillo: alguien en su día decidió que el peso académico de una reseña sería nulo. Si todavía a estas alturas del siglo XXI cuesta hacer entender a quienes te evalúan que una publicación en una revista electrónica con ISSN establecido, con su índice de impacto adecuado, debería equivaler a publicar en cualquiera de las revistas convencionales, imagínaos cómo es hacer comprender el valor académico de una reseña: igual de productivo y entretenido que hablar con la pared.

  En resumen, la inmensa mayoría de evaluadores piensa que las reseñas son un mercadeo entre profesores amiguetes y un colegueo absoluto, en plan, "yo te reseño y digo qué bueno es tu libro, tú me reseñas y dices lo mismo", un poco como la famosa canción del verano aquella de "tú me das cremita". El resultado no es más que mostrar su propia ignorancia, porque desde luego quien opina así no se ha leído nunca un libro con el espíritu crítico absolutamente necesario que hay que tener para acometer tal tarea. Leer un libro es, ante todo, procesar la información que contiene de forma crítica y aquí no hay amigos que valgan. Lo peor de esta situación es que hoy día no hay una línea clara de crítica académica y, por ejemplo, resulta imposible imaginar que puedan existir en la actualidad grandes figuras de un pasado no tan lejano, como Ricardo Gullón, con su notable carrera académica dedicada casi en exclusiva a la crítica de obras, o el recientemente desaparecido Miguel García-Posada, quien no paró de ofrecernos enormes reseñas literarias desde su modesta cátedra del madrileño Instituto Beatriz Galindo, demostrando la solvencia para tales lides de los última e injustamente apaleados docentes de secundaria. A veces la propia academia tampoco entiende bien la importancia de las reseñas literarias. Aún recuerdo la intervención de un gran medievalista, Paulino Iradiel, en el marco inmejorable de la Semana de Estudios Medievales de Estella del año 1998, en el cual mantuvo que uno de los principales problemas del medievalismo hispánico era que "se publicaba más que se leía". De inmediato, en ese mismo congreso, comenzaron a lloverle las críticas de colegas de profesión, sobre todo de quienes, en efecto, publicaban más que leían. Y lo siguen haciendo. Y lo harán.

  En líneas generales, cuando uno se encarga de una reseña se supone que ha de dominar con cierta maestría el tema general del libro reseñado. Aquí yo discrepo un poco, y no porque me parezcan mal las reseñas de libros hechos por expertos en el tema (las veo bien y las encuentro lógicas), sino que también mantengo que la visión del neófito con espíritu crítico es, cuando menos, tan enriquecedora como la del experto. Por eso animo sobre todo a los jóvenes a que escriban reseñas críticas. Es obvio que no van a tener tanta pericia como un veterano; por lo tanto, su análisis habrá de ser más profundo: han de leer mucho más a fondo el libro, han de invertir más horas y, por consiguiente, su esfuerzo será mucho mayor. A cambio, conseguirán dos cosas: la primera, poner las primeras muescas en su curriculum en cuanto a publicaciones se refiere, algo que, cuando se es joven y se empieza el cursus honorum académico, siempre sienta bien; la segunda, habrán invertido su tiempo de forma extraordinaria en mejorar su espíritu crítico con un tema que, previamente desconocido, ahora ya les acompañará para siempre. Y ese bagaje crítico no se enseña en las aulas, sino que cada uno se tiene que buscar el suyo a su manera. Pocas cosas hay tan útiles para esta empresa que escribir reseñas críticas.

  Precisamente uno de los asuntos que me tiene ocupado ahora es una reseña de un libro que, en principio, poco tiene que ver con mi investigación: las Biblias castellanas medievales de Gemma Avenoza. Digo en principio porque el libro es, ante todo, un manual de codicología, disciplina que sí está relacionada con las cosas que hago para el proyecto PhiloBiblon (del que hablaré más despacio otro día). Pero reconozco que todos los vericuetos de temas bíblicos superan mis modestos conocimientos. Por lo tanto, he tenido que echar mano de buenos amigos para molestarlos un poquito y que me saquen de mi ignorancia respecto a las particularidades (interesantísimas, no digo lo contrario) de los textos medievales escritos en castellano relacionados con la Biblia. Estoy agradecido sobre todo a David Arbesú, que gestiona una magnífica web sobre La Fazienda de Ultramar, obra medieval de enorme dificultad y atractivo basada parcialmente en la Biblia, así como a la magnífica página web del proyecto de Biblias medievales, dirigido por Andrés Enrique-Arias. Eso sí: a quien esté más interesado en estos asuntos le recomiendo que lea la reseña que un verdadero especialista ha hecho sobre este mismo libro, Javier Pueyo, integrante del proyecto antes mencionado.

  Todavía sigo limando detalles al respecto de mi reseña, pero desde ya agradezco haber decidido ponerme con algo de lo que apenas sabía porque gracias a esta osadía de meterme en camisas de once varas hallé un texto que sí me interesa mucho: un manuscrito cuya existencia desconocía, el MSS/5456, códice hebreo albergado en la Biblioteca Nacional de Madrid, que contiene al final del  mismo una magnífica traducción parcial del Génesis, línea por línea, entre el hebreo y el castellano, como se puede ver en el fol. 232v (reproducido por cortesía de la BNE):



De igual forma, también contiene una especie de mini-vocabulario latino-hebreo-español, que sin duda se utilizaría para traducir alguno de estos textos bíblicos, como se ve en el fol. 233v (reproducido por cortesía de la BNE): 



  Al final, meterse en camisas de once varas para hacer reseñas ha merecido bastante la pena solo por descubrir estos pequeños detalles.

martes, 24 de septiembre de 2013

Un título para un blog

  Como no estaba demasiado inspirado, al final he decidido poner como título de este blog el primer verso de una de mis composiciones favoritas del cancionero medieval castellano. Su anónimo autor supo plasmar perfectamente, a mi juicio, el profundo desencanto y el hastío que a veces nos sobreviene a todos cuando la vida cotidiana no responde a nuestras expectativas, cosa esta última que, en el actual contexto de crisis global que sufrimos, nos viene ocurriendo a casi todos de forma más persistente o menos dolorosa. En especial, creo que los cuatro primeros versos de la canción son magníficos e impactantes para el lector de cualquier época, porque responden con notable fidelidad a esa idea de decepción y desilusión vital próxima a la desesperación. La que sigue es mi propia edición crítica del poema (ID 0678), con las grafías modernizadas y prestando mayor atención a la versión más completa, conservada en el Cancionero musical de Palacio (MP4):

  Harto de tanta porfía,
sostengo vivir tan fuerte
qu'es triste el ánima mía
hasta que venga la muerte.

  En tus manos la mi vida                                         5
encomiendo, condenado.
¡Ó, pïedad merecida!,
¿por qué m'ás desamparado?
Fin hará la profecía
dada por mi mala suerte,                                        10
qu'es triste el ánima mía
hasta que venga la muerte.

  Las variaciones de esta edición con el texto original son tan pequeñas que cualquier lector con un mínimo de cultura lo podría entender sin explicaciones adicionales: las grafías medievales 'beuir' por 'vivir', o 'fasta' por 'hasta', guardando la efe inicial que da lugar a nuestra actual hache; y sobre todo, la aglutinación vocálica ('qu'es' por 'que es'; 'm'ás' por 'me has'). Como se ve en la edición crítica, aconsejo que, al tratar textos medievales, se puntúe y se pongan tildes según los criterios ortográficos actuales, para hacer más accesible el contenido del mismo a todo tipo de lector. Y, por último, dos detallitos muy importantes: primero, recomiendo sangrar el verso inicial de cada estrofa con dos espacios; y segundo, sugiero siempre numerar de cinco en cinco los versos, para que nos podamos referirnos a ellos con precisión si hubiera que analizar el poema.

  Cuando en el estudio de una poesía medieval de los siglos XIV-XV indicamos su número de identidad (ID) entre paréntesis, o cuando ponemos las siglas y número de un determinado cancionero (MP4), nos referimos a la monumental catalogación efectuada por Brian Dutton, el gran hispanista británico que dedicó gran parte de su vida a identificar todos y cada uno de poemas y cancioneros medievales escritos en castellano. Gracias a su impagable labor podemos estudiar en detalle una misma poesía y saber con exactitud de cuál de ellas estamos hablando, con independencia de que la leamos en un cancionero o en otro, o de que manejemos una edición crítica u otra. La labor de Dutton es muy importante porque nos permite trabajar con un método científico todo el enorme caudal de la poesía de cancionero castellana de los siglos XIV y XVI, recordemos: la más fértil cosecha lírica de todo el occidente románico medieval europeo. La obra de Dutton, impresa en siete volúmenes y editada por la Universidad de Salamanca entre 1990 y 1991, se puede ahora consultar en Internet gracias al proyecto de investigación de la Universidad de Liverpool, dirigido por Dorothy Severin y coordinado por Fiona Maguire y por Manuel Moreno, tres grandes expertos en los cancioneros medievales. Si quieres saber más de este tipo de lírica, no lo dudes: esta base de datos es tu sitio.

  En alguno de los manuscritos en que esta canción, Harto de tanta porfía, se ha conservado presenta la notación musical, algo que solía casi siempre acompañar a estos poemas medievales, como se puede ver en este otro folio del Cancionero de Palacio:

  Gracias a esta notación, algunos musicólogos modernos han conseguido reproducir hoy cómo sonaban estas canciones medievales con una fidelidad casi exacta. La que sigue es la magnífica versión de Harto de tanta porfía a cargo de Jordi Savall, versión a tres voces que pone un digno colofón musical a los sentimientos de hastío y desesperación que el autor de esta canción quiso transmitirnos.